Una pincelada, por si sola, no es nada.
Pero cualquier gran obra sería imperfecta sin ella.
Y precisamente por eso duda.
Mira y remira, se acerca y se aleja.
¿Es en verdad necesaria? -se pregunta.
Sí, desde luego…
O quizá…
Sí, definitivamente sí. -Finalmente concluye pertinente una levísima correción…
Pero ¿Qué le sucede a una obra perfecta cuando se le añade una pincelada más? ¿Pierde entonces su perfección para siempre?
¿Como saber si la última caricia del pincel consagrará o condenará una pintura?
-Venga, vaaaaa… termiiiiiiinaa…
-¡¡ Joder !! ¡¡ Te has movido !! y justo cuando casi…
-Lo siento amooooor….
-¡Chssssss! ¡Por favor!
-Mmhhhhhh…
-¡Lo tenía! ¿eh? Casi lo tenía… ¡joder!
-Mmmmmhhhhhh mmmhh…
-No, que va, ahora será imposible…
-Mmmhhmmmhhm…
-Noooo… ¡Así tampoco! La de horas invertidas en esto para nada… ¡Qué lástima de retrato ahora condenado por siempre…
-Mmmhhmh mhmhmm mhhhhmm…
-…por carecer de esa última pincelada que lo hubiese convertido en gloria!
-Mmmmhhh…
El artista, ofuscado, deja los óleos y los pinceles, se levanta despacio y se aleja.
-¡Coño! ¡Leo! ¡Qué estoy sonriendo! ¡No te mosquees! Ven, anda… veeeen… ¡mira! ¿Qué tal asi? ¿Enseño un poco dientes? ¿No? ¿Y así?… No me dejarás con esa mueca ¿verdad? ¡¡ Leooo !! ¡Hombre, no seas crio!, ¡Oye…, vuelveee! ¡Leonardooooooo…! ¡Y se pira el tío…!