Corazones Negros

Voy a generalizar. Si, lo sé, tú no eres así…

Quiere impresionarla. También demostrar sus sentimientos, obviamente, pero cuando alguien compra una joya es básicamente para impresionar. Los sentimientos se demuestran de mil formas menos transaccionales económicamente hablando, aunque gracias al cine, la literatura y la publicidad resulte que el amor, el oro y el carbono altamente comprimido hayan pasado a ser elementos sinónimos y a la vez equivalentes en masa y volumen.

Así que el protagonista del cuento entra en el establecimiento que previamente ha elegido. Uno con cierto prestigio para que su nombre que, sin intención, en algún momento será leído o nombrado, amplifique su gesto. Y dentro del fantástico lugar que vende amor en estado sólido, asesorado por una diligente y encantadora joven, nuestro héroe busca la joya apropiada. Una que piensa que a ella le gustará y a la que también su VISA dará el visto bueno. Pone especial interés en la caja y el envoltorio. La imagen lo es todo y para su entrega planifica meticulosamente el momento, el día, el restaurante, la pose, las palabras. Todo debe de ser perfecto para conseguir el mayor efecto, la máxima sorpresa, para sacar el máximo rendimiento a esa cifra de signo negativo que se grabará con unos y ceros en algún sitio y que certifica la innegable prueba de amor que su generoso regalo demuestra.

Y ella no lo decepciona.

Él había imaginado los nervios de ella al abrir la cajita, su rubor al sentirse agasajada, sus ojos como platos y su boca entreabierta con alguna palabra trabada.

Y así es. Perfecto.

Todo ha sido todo tal y como lo había imaginado.

La modesto cristal geometricamente engarzado en el noble metal dorado parece absorber la íntima iluminación del coqueto local, oscurecer el entorno y desde su nueva atalaya, delicadamente encadenado al cuello de su feliz propietaria, proyectar amplificada esa escasa luz, que parece hasta mágica, solo sobre la pareja.

En la penumbra queda el origen último del pequeño diamante, las condiciones laborales de quienes obtienen el preciado metal, el mecanizado de la joya que clonada por miles lucirán también otras tantas orgullosas muchachas, la fría transacción informática que mediante algoritmos equipara amor a matemáticas y que como por arte de magia convierte cifras virtuales en sentimientos.

Este es un cuento cotidiano, habitual, ortodoxo, y si me apuras el único ‘políticamente correcto’. Pero en realidad no es la historia que quería contar. Es tan solo el contrapunto que me sirve de contraste. La historia que de verdad quiero contar empieza así:

Él es un simple electricista, guapo aunque pobremente dotado de capacidades para el romanticismo y la aventura.

Trabaja aquí y allá, deshaciendo entuertos donde la empresa le envía. Su joven esposa le acompaña en su nómada vida laboral durante tres o cuatro años, los primeros, a distintos destinos nacionales de aquella España aun dictada, hasta que el niño que tienen ha de comenzar su educación. Esto les obliga a escolarizarlo, a decidirse por un lugar, a establecer un campamento base.

Ella, quizá sin quererlo, se va transformando en ama de casa mientras él pasa semanas trabajando fuera de su recién estrenado hogar. Semanas y meses también. Con visitas esporádicas de sábado y domingo. Son otros tiempos. La tele es en blanco y negro (la hay en color pero no todos pueden permitírsela) y puedes elegir entre la primera cadena y la segunda. Incluso está lejos aún el porno abstracto del todavía inexistente Canal Plus. Los viajes son caros, los salarios justos y las horas extra siempre insuficientes.

Los años pasan. En uno de estos regresos de fin de semana el electricista vuelve con algo especial para su mujer. Está nervioso pero sabe ocultarlo.

-Te he traído una cosa -le dice,- bah! es una tontería, -añade para no crear expectación.

Le tiende el objeto que está envuelto en un paño oscuro similar al terciopelo.

Ella lo coge con cierta aprensión. El contenido es pesado. Inesperadamente pesado para su pequeño tamaño. Lo desenvuelve intrigada y lo que ve es un pequeño corazón de plata con un enganche que permite colocarlo en una cadena.

La cadena hay que comprarla, no viene de serie. Tampoco la cajita de diseño con lazos brillantes y nombre pretencioso.

El corazón es pequeño pero macizo y pesado, puede que demasiado pesado para llevarlo colgado de un cuello -piensa ella. Y de plata…

Supongo que, a pesar de su bajo nivel de habilidad emocional, él nota la falta de entusiasmo de su esposa y ocultando su decepción repite: bueno ya te dije que era una tontería. Lo he ido haciendo en horas muertas en el trabajo.

-No, si está muy bien, me gusta -miente ella, -aunque pesa un poco ¿no? para llevarlo colgado me refiero -dice. Y es de plata, algo burdo y quizá hasta chabacano. Todo esto último no lo dice con palabras.

-Bueno, ¿qué tal todo por aquí? ¿cómo están los niños? -Dice él

-Todo bien, ya están en la cama.

-Bien.

-Si.

En este cuento, el que sí quería contar, creo que el final no es el esperado. Al menos no el imaginado por nuestro protagonista. Puede que incluso tu pienses que es lo lógico ¿Verdad? ¿Como es posible comparar un tosco corazón de plata contra un fino colgante de diamante y oro de una firma cara y elegante? Espera hay algo más.

El electricista ha desmontado en sus ratos libres cientos de relés averiados, viejos, retirados de una u otra instalación eléctrica y ha limado una por una la fina superficie de sus contactos (con cuidado de no llegar hasta la parte gruesa de cobre) para extraer unos preciados miligramos de limaduras de plata de cada relé y pacientemente los ha ido juntando a lo largo de meses para finalmente fundirlos con un soplete de acetileno en algún crisol improvisado en la penumbra de una fría y negra nave industrial que hace las veces de taller de mantenimiento para después verter el líquido incandescente sobre un molde (quizá de jabón, no sé) tallado con torpeza por el mismo y con forma de corazón.

Si, quizá solo sea plata y posiblemente ni siquiera plata pura o de buena calidad y quizá el corazón es tosco y pesado sí, pero también es único. Y me refiero a único en el mundo. Forjado durante meses con un propósito y para una persona concreta. Cada paso de su creación ha sido ideada y ejecutada por quien lo ha entregado. Cada dificultad orfebre que se ha presentado en este camino ha sido esquivada por un electricista con un objetivo y sin YouTube. Sin internet. Porque antes todo era más difícil, más caro y con diferencia más auténtico.

Ella, todo eso, no lo ha visto, como tampoco ha visto las docenas de horas necesarias para obtener cuarenta gramos de plata limando contactos de relés. Ni ha imaginado que quizá en todas esas horas ella ha formado parte de los pensamientos del artesano. Puede que incluso recreando una y otra vez este preciso momento en el que él, finalmente, le hace entrega de todo ese tiempo. Y quizás, sólo quizás, tras ese esfuerzo también haya un sentimiento que por falta de un buen marketing ella tampoco ha visto.

Posdata: Ese corazón pequeño, pesado y ahora negro como la antracita que se ha oscurecido con los años y quizá también con el reflejo de otros corazones próximos, brillaba como la plata pulida de la que esta hecho cuando mi padre se lo dio a mi madre, pero creo que nunca tuvo una cadena y yo no lo recuerdo adornando ningún cuello.

Bienvenido nanolector !!! ¿que te cuentas hoy?

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