(Historias de medianoche)
No puedo evitarlo, cierro los ojos y veo la carpeta abierta.
Con el número de expediente impreso en fuente a doble altura y color rojo.
Fue una de las causas más extrañas que soy capaz de recordar.
Y que ojalá fuera capaz de olvidar.
El tipo era un joven aparentemente sano y no encontré signo alguno de violencia.
Observé varias fotos de la escena antes de recibir el cadaver en en instituto anatómico forense.
Una habitación de amables colores, una cama grande, un cuerpo delgado.
En el centro.
La dolorosa mueca en el rostro era más insoportable ahora.
Y esas manos, crispadas y rígidas, más amenazadoras y frías que en las cartulinas de diez por quince.
Hice constar la ausencia de heridas significativas he inicié una autopsia de rutina en la que no encontré ningún daño apreciable en organos internos.
Sin éxito busqué algún rasto de venenos y drogas en el interior de aquella postura forzada.
Entre biopsia y biopsia los agentes me apremiaban una causa para aquella muerte y yo solo acumulaba preguntas sin respuesta.
Por fin, una analítica más concienzuda y costosa detectó unas extrañas alteraciones en los niveles de hormonas en sangre.
Y llegó el flash. Como un puñetazo. Lo ví claro de repente.
Causa de la muerte:
Enfermedad, suicídio, homicídio, causas naturales, otras (especificar).
Marqué la última casilla y me enfrenté al recuadro blanco que reclamaba un hilo conductor entre la causa y la lógica.
Hubiese preferido garabatear una historia terrible para justificar el pánico extremo que acompañó los últimos minutos de aquella vida…
Aun hoy, al acostarme cada noche, busco en vano esa escena verosimil que lo explique hasta que finalmente me duermo.
No la hallé asi que escribí: ¿pesadilla?, la víctima se encontraba en la fase REM del sueño en el momento de fallecimiento.
Imprimí una copia y con desgana firmé el informe.