El Otro Lado

El Otro Lado. No, este no, el Otro

 

El Otro Lado

La verdad es que está hasta los… mira lo va a decir… los huevos. ¡Está hasta los huevos! Ya se que suena feo y más aun viniendo de un personaje público y tan querido por niños y mayores pero es lo que hay. Ni apelando a sus superpoderes es capaz de recordar el ingente número de problemas que ha solucionado y la enorme montaña de sacrificios que ha soportado como única recompensa.

Y… a ver, que una cosa es tener cara de tonto y otra muy distinta serlo de verdad. Está cansado… Siempre igual: currar de becario, explotado, denigrado, ignorado,  y además de no tener tiempo libre ni vida social y de no comerse un rosco con la mojigata de su novia, encima le llaman a cualquier hora del día o la noche para deshacer los más peregrinos entuertos y todo ello de oficio. ¡Ya esta bien! ¿no?

Eso sí, la gente le admira, le envidia, le imita, quisieran ser como él… menuda pandilla… Si ellos supieran…

Últimamente le da por meditar sobre lo que hacer con su vida. Lleva tiempo dándole vueltas al asunto… debería abandonar, si, dejarlo todo… pero no piensa en un retiro temporal o unas vacaciones. No le vale con aceptar un triste finiquito y las llaves de la ciudad de manos del oportunista político corrupto de turno, porque después ¿qué? ¿dedicar las tardes a la pesca con mosca?

Lo que esta sopesando seriamente es en pasarse al Otro Lado, al lado oscuro. Buscar asilo entre la casta de villanos y con ello aspirar a la oportunidad de vengar tantos años de vejaciones.

Es una decisión compleja. Sabe que si lo hace no habrá vuelta atrás. El paso será definitivo.
Y hoy es el día. No dispondrá de otra oportunidad como esta.

El misil termonuclear ha reentrado en la atmósfera sobre la ciudad de Nueva York. Ahora ya se ve claramente la estela de vapor y el fuego de su turbina de propulsión. Rostros atónitos, temerosos pero a la vez esperanzados lo contemplan desde los jardines de sus casas, desde los estadios de baseball, desde los campus de las universidades, también se aprecia la inconfundible silueta que deberá salvarles alcanzando el arma, desviando su rumbo y lanzandolo al espacio donde su explosión no dañe a la buena gente que tanto lo idolatra.

La cuenta atrás de la siguiente viñeta marca 00:08.

El dibujante se dispone ha pintar la ante última escena del cómic, en la que Superman, in extremis, alcanzará el misil, lo empujará y lo sacará de su macabra trayectoria, cuando se percata, incrédulo, de que la diminuta figura que acaba de dibujar tras el cohete en la viñeta anterior ha desaparecido.

Se queda totalmente desconcertado porque esta seguro de haberla dibujado. Pero seguro segurísimo.

Apenas tiene tiempo de sacudirse esa horrible sensación que precede a la calamidad inminente cuando un intenso resplandor blanco siluetea el irregular fondo de rascacielos que divisa a lo lejos, desde el amplio ventanal del estudio de su preciosa casa en el moderno barrio de Queens.

 

 

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