El escorpión y la rana. ¡Qué jodía la ranita…! Fábulas en el espejo. Otra vuelta de tuerca y ya vamos pasados de rosca…
El escorpión esta desolado, la rama que le permitía cruzar el arroyo no está, algún desaprensivo la ha quitado y el pobre bicho camina hacia un lado y hacia el otro buscando alguna vía de paso alternativa sin éxito.
Una rana lo observa, ella lo reconoce de verle pasar más veces por la zona y no es la primera vez que se lo come con los ojos. La verdad es que el escorpión luce imponente con su negra armadura. Tan cachas, tan elegante y oscuro, tan sexy. Con decisión y temor se acerca a él y le propone llevarle a la otra orilla si le echa un kiki al llegar.
El escorpión se queda perplejo y de primeras se niega muy indignado. Ella insiste con un mohín, si no acepta su oferta no podrá cruzar. La ranita lo sabe. La ranita se ha recorrido el largo riachuelo de arriba a abajo y no hay más pasos que el viejo tronquito ahora desaparecido. –Tampoco es para tanto, un polvete rápido – le dice.
Finalmente el escorpión acepta y a los dos segundos de subirse sobre la rana y entrar en el agua sabe que ha cometido un terrible error, ahora irreparable. La rana es más viscosa y blanda de lo que había supuesto y a duras penas reprime una arcada.
No va a poder. Imposible. No se la va a follar. Y ella no se va a quedar callada claro. Con esa boca inmensa va a croar su impotencia hasta que se entere toda la fauna local y él va a ser el hazmereir del lugar. Aunque ya puestos, daría lo mismo si se la follara, a lo mejor incluso sería peor hacerlo. Ella también lo croaría bien alto. Sí, presumiría como una loca de su conquista y de nuevo él sería humillado. El escorpión pervertido que no tuvo reparos en follarse a la oronda rana pegajosa.
Acorralado, solo ve una salida y no puede esperar a llegar a la orilla porque descubrirían el cuerpo envenenado y muerto del batracio y el desprecio por ser un asesino cruel sería peor aún que la humillación por degenerado.
Piensa por última vez en su fantástica escorpiona y en sus últimos escorpioncitos, blancos aún, y clava, con más dolor para él que para la jodida rana, su potente aguijón en esa espalda tan viscosa y blandita mientras se hunden juntos y ella le pregunta por qué.