No estaba mal el restaurante.
-¿Esto?, ¡esto antes era la hostia!. Aquí venía Fulanito de Tal. – decía uno.
-¡¡ Ahh !! ¡¡ Ohh !! – exclamaba el otro.
Ahora no recuerdo a que Fulanito de Tal se refería, pero si recuerdo que hablaba de gente importante.
–A ver… La verdad es que el sitio tampoco es que sea como para imponer respeto, quizá en otra época… remota… – pensé yo.
También pensé que uno de los requisitos principales para ser camarero allí seguramente sería disponer de una sonrisa muy ensayada para ofrecer a los inocentes que se atrevían a preguntar por el menú del día.
Allí estábamos…
Por una comida de trabajo.
Dos tíos de esos que hablan de cosas serias.
De contactos y de influencias.
De caza.
De futbol y deportes.
De negocios…
En definitiva, de cosas rudas, cosas de hombres.
Supongo…
Sí, allí estábamos.
Dos tíos y yo.
Los otros, los que hablaban de cosas serias, ya se habían bajado las braguetas del pantalón mientras ibamos en el coche, así que apenas tardaron un instante en colocar sus pollas sobre la mesa.
Se les veía sumamente complacidos tratando de convencerse mutuamente de la grandeza de sus miembros.
Y os confieso que a mi eso de las competiciones fálicas… a ver… ¿qué quereis que os diga? además de resultarme aburridisimo y primitivo, no me pone nada.
Así que, mientras se sucedian los envites de testosterona y llegaba el tartar de salchichón, yo observaba el entorno.
Pues vereis…
En sendas sillas, dos vacías mesas a la derecha de la nuestra, se sentaban una mujer y un hombre.
Una pareja en apariencia nomal y anodina.
Quizá incluso demasiado vulgar para aquel escenario.
Treinta y muchos.
Él, vestido aun con el uniforme de vigilante de seguridad.
Ella podía ser una cajera en el centro comercial de enfrente o puede que otra abnegada administrativa más en una oficina de mileuristas.
Pero si te fijabas mejor, los dos brillaban como reflejos de luna en el agua, y con recatada discrección resultaba evidente que algo celebraban.
Quizá fuese su primer aniversario juntos.
O puede que sus Bodas de Marfil.
Quien sabe si no sería aquella cita la materialización de la utopia que ambos habían ido tejiendo en el lugar de trabajo, con miraditas inocentes durante más de tres años… hasta justo hoy que por fin, él, le ha dicho ‘hola’.
No lo sé.
Nunca lo sabré, pero da lo mismo.
Lo que sí sé es que, aquel día, en aquel tedioso almuerzo, algo cercano a la magia (si creyera en ella) se derramaba a siete metros de mi.
¡Algo etéreo y fugaz!
En apenas cuarenta segundos, la química que hasta entonces amalgamaba susurros con sonrisas y caricias, cristalizó
en un dialogo mudo de gestos que dió sentido pleno a esa famosa frase que habla del devaluado precio de las palabras.
La incredulidad por la infinita suerte que sentía cada uno de aquellos dos artesanos de la alquímia, les agrandaba unos ojos que bailaban mientras se leían mutuamente las pinceladas de cada expresión del otro.
Unos ojos que, ciegos al paisaje garabateado con tiza que les rodeaba, solo veían los perfectos trazos que se dibujaban en el rostro que tenían delante.
Aparté la vista, solo un poco y volví a mirarles.
Algo avergonzado…
¡Fascinado!
Sabía que era un invasor, un intruso que no merecía compartir ese momento íntimo.
Pero a la vez, siendo tan avara de sinceridad la vida, no hacerlo era despreciar una exótica esencia valiosísima.
Era como si negarse a ser testigo fuese un pecado aun peor.
Treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho segundos… ¡zas!
Cuando terminaron de contarse con miradas todos sus futuros, y comprendieron esos misterios del Cosmos que, de madrugada, desvelan a los sabios, algo volvió a ocupar aquellos dos hermosos cuerpos y el Mundo se puso en marcha de nuevo…
… Seguía siendo el Mundo de siempre…
En mi mesa aun había dos enormes pollas sobre el mantel.
Diciendo palabras.
Completamente ajenas a los milagros.
Una pena… pensé.
Aquella parejita me alegró el día y hace mucho tiempo que quería dedicarles unas frases.
Fueron protagonistas de algo extraordinario que no había visto antes y que no he vuelto a ver después.
De vez en cuando me acuedo de ellos.
Me gusta pensar que aun siguen sacando sobresaliente alto en los exámenes de mímica y química.