El cuerpo humano se compone de un 75% de agua.
El principio activo se va diluyendo en el tiempo una vez y otra, y muchas más veces, hasta que incluso llega a desaparecer por completo. Pero no lo hacen las impurezas que inevitablemente acompañan a cada disolución, esa ponzoña siempre estará presente y en una proporción cada vez mayor.
Creedme, hay un momento en el que ya no hay principio activo pero dicen que no importa, que aun queda el recuerdo del principio activo y que eso es lo que vale. Dicen que con eso es suficiente.
Personalmente creo que de ser cierta esa capacidad de memoria, el recuerdo que permanecerá será, con toda probabilidad, el de la perenne cantidad de mierda siempre presente y que hace tiempo sepultó al pequeño resquicio de la última parte por billón del valioso principio activo original. Pero bueno, eso son divagaciones mías.
Volvamos a ese sagrado recuerdo diluido. Hay que retenerlo, darle forma. Hay que mezclarlo con algo tangible por supuesto. Con algo que nos estimule, que nos motive. Con algo que nos endulce un poquito la vida: casa, niños, coche nuevo, vacaciones.
Lamento deciroslo pero debéis de saber que en realidad también el recuerdo del principio activo va a desaparecer, es inevitable. Con él hemos empapado la bolita de zucar pero necesariamente se ha de evaporar dejando únicamente el excipiente y las impurezas.
Así pues al final tan sólo nos queda el caramelo de pega y la esperanza de que funcione, de que realmente sea suficiente.
¡Y a veces lo es! Sí, en ocasiones surge el milagro.
El efecto placebo lo llaman. La sugestión. El poder de la mente… La infección se ralentiza. La enfermedad se detiene. La vida sigue.
Pero en otras muchas la realidad se impone. La situación sigue deteriorándose y el desenlace, desgraciadamente, siempre es peligroso. Tan trágico a nivel emocional y físico, que en casos extremos deriva en locura y odio, ira o celos y nos provoca graves lesiones y secuelas imborrables e incluso la muerte.
¡Upsss…! perdonadme, que me acabo de dar cuenta de que no os lo he dicho; en este texto no hablo de ningún remedio absurdo de curanderos de moda. Hablo del amor.