La memoria de las cosas. La solución a un gran problema
La memoria de las cosas
El experimentado agente del cuerpo de policía a cargo de la investigación del extraño suceso concluye su informe dictaminando como accidental la causa del fallecimiento.
No hay ni un solo indicio que sugiera intencionalidad en tan desafortunada y aparatosa muerte y aún así, el inspector siente algo… que no sabría definir. Quizá solo es cansancio después de más de treinta años de crímenes y desgracias.
La evidencias confirman que la víctima llegó sola a su domicilio. Lo corrobora una vecina que se cruzó con el hombre en el rellano del segundo sobre las cinco. Un poco achispado como siempre matizó la señora del cuarto derecha.
La esposa del difunto, y ahora viuda, pasaba en ese momento una temporada con su madre. Se ha confirmado su coartada puesto que llevaba al menos tres días en su pueblo natal, a seiscientos kilómetros de distancia. Se refugió allí tras la última paliza recibida por su maltratador, ahora muerto.
No existen denuncias previas pero varios vecinos dan fe del penoso historial de malos tratos que, a tenor de los gritos y golpes que con frecuencia inundaban la escalera, se sufría en el domicilio de las victimas. Una muerta. La otra no.
Del día del accidente sin embargo, lo único que destacan es el excesivo volumen del televisor durante toda la tarde. Fue bien entrada la noche cuando alguien, ya harto por el escándalo, se quejo y dio aviso a la misma policía que encontró el cuerpo.
El cadáver estaba casi frío, pálido, sin sangre. El oscuro parquet barnizado de viscoso granate brillante reflejaba una siniestra luna carmesí. Siguiendo el rastro de huellas rojas y objetos rotos no fue difícil establecer la secuencia de acontecimientos previos a pesar de lo aparatoso de la escena.
Un grueso vaso de vidrio, roto sobre la mesa de la cocina, parece que fue el desencadenante de la tragedia. Sobre la mesa también había vino derramado, una botella semivacía y todos los pedazos del vaso, restos de lo que parece un estallido por la fatiga del material. Todos menos la fina esquirla de cristal de tres centímetros que encontró el forense alojada en la garganta de la víctima.
El hombre se debió llevar la mano al cuello para contener la hemorragia. Hay huellas de sus dedos ensangrentados en la sucia formica de la mesa. También en el mando a distancia del televisor, ahora roto en el suelo. Posiblemente lo cogió pensando que era su teléfono móvil. Encendió el aparato sin querer, luego tiró el mando y el volumen se bloqueó en su máximo nivel. El teléfono móvil de la víctima, regalo de navidad de su mujer estaba apagado, sin batería, también en el suelo y teñido de sangre y vino.
Presa del pánico y del abotargamiento etílico el hombre se levantó y salió de la cocina. Se dirigió a la habitación de matrimonio seguramente para intentar pedir ayuda con el teléfono fijo instalado en ella. El reguero de sangre en silla, suelo y pasillo lo confirma. Tropezó con una arruga de la gruesa alfombra del dormitorio y cayó de bruces contra la cómoda golpeando y derribando el gran espejo de pared.
Según el análisis forense el espejo no se rompió en la caída y la victima únicamente se fracturó la nariz y varios dientes al golpearse contra el mueble. Todo indica que fue al tratar de incorporarse después, cuando resbaló en su propia sangre y cayó sobre su reflejo haciéndolo pedazos. Se subraya que fue este hecho el que le produjo las lesiones más graves que derivaron en muerte.
La peor de todas fue otro profundo corte en el cuello que le hubiese impedido hablar y pedir ayuda. Quizá por eso se dirigió hasta la ventana. La abrió arrancando las cortinas en busca de alguna esperanza pero estaba sólo. Ni siquiera la luna, aun baja, se apresuró para contemplar su muerte y se derrumbó allí mismo desangrándose sin prisa.
La reciente viuda ha leído el informe sin emoción, poseída por una paz interior que jamás creyó posible volver a sentir. Sin quererlo esta pensando si será posible comprar un mando de repuesto para el televisor. Es antiguo pero fue un regalo de sus padres y aún se ve muy bien.
Se da cuenta de que en el documento faltan muchos pequeños detalles pero son asuntos personales, privados. No tiene sentido compartirlos puesto que nada útil aportarían a la investigación.
Es irrelevante que el vaso roto fuese la última pieza de aquella primera vajilla que compraron juntos siendo aún novios. La preciosa vajilla que, pudiendo ser la mejor metáfora de su propia vida, su marido se ha encargado de ir haciendo añicos con en transcurrir de los golpes y de los años. Sí, es irrelevante que fuese el mismo vaso que, hace tan solo unos días, él estrellara contra el rostro de ella y que milagrosamente sobreviviera al posterior impacto contra el suelo.
Es irrelevante que esa alfombra que decoraba la amarga estancia conyugal, y que ahora deberá llevar a la tintorería piensa, sea posiblemente el objeto de la casa más valioso e importante para ella y que su adquisición fuese el inocente capricho de una niña para culminar un día perfecto en aquel inmenso bazar extranjero de magia y color. Esa alfombra que desde hace años es el último residuo de un desdibujado y lejano viaje de novios de cuento de hadas. La única prueba material, tangible, de que no estaba loca. Sin esa alfombra, que le recordaba la persona que una vez fue su marido y los motivos por los que se casaron, no tendría nada, ¡nada! que avalase su cordura por seguir a su lado. Él conocía muy bien ese sentimiento por la vieja artesanía de lana y en más de una ocasión, sereno o borracho, había orinado sobre la alfombra solo para joder a su mujer.
Es irrelevante que el espejo de su cuarto, obligado testigo mudo de maltratos y vejaciones fuese también su fiel confesor, su compañero de llantos y lágrimas. Con quién más horas hablaba cada día desde hacía años. Puede que incluso su único amigo. Y ahora, ¡quíen iba a decirlo!, junto al resto de objetos su cómplice vengador…
Todo eso, ahora, es irrelevante.
¡NO! A LA VIOLENCIA DE GENERO
( ¡Toma nota cobarde de mierda! )