Estoy andando, paseando. Con la cámara en la mano. Últimamente me ha dado por la fotografía mira tú. Es mediodía, jardines Albia, sol. Es sólo un poco de contexto. Subiendo las escaleras que comunican una esquina de la gran plaza, a través de un paso de cebra, con el centenario Café Iruña, me precede un tipo que camina con dos bastones de trekking, aunque solo los usa como apoyo y no hace trekking. Parece mayor. No me fijo mucho porque mi atención se centra en una paloma que permanece quieta en un circulo de sol cerca de una fuente y una hilera de bancos. Busco un ángulo interesante para encajar esos elementos dejando la paloma en el tercio inferior derecho, la fuente y los bancos a izquierda y el sol donde está y hago varias fotos. El bicho esta encantado con la atención y los focos así que seguimos un rato hasta que se da media vuelta y se aleja con pasitos cortos de diva.
Me incorporo y veo que el tipo ha sido también espectador del posado de la paloma, o quizá palomo, no sé.
Él comenta algo que no llego a entender y cruzamos miradas y sonrisas de cortesía. No es tan mayor como había imaginado al verlo de espaldas con los bastones. Es mayor pero no viejo.
Parece que le gustaba posar o algo así le digo yo por decir algo. Porque después de haber compartido este momento los tres me parece un poco borde por mi parte alejarme sin más, sin soltar alguna banalidad. Craso error. Admito que es contradictorio aficionarse a la fotografía porque exige concentración y abstracción y justifica una misantropía galopante para luego iniciar charlas intrascendentes pero ¿qué le voy ha hacer? se ve que aun tengo esporádicos lapsus sociales así que mea culpa.
-Los animales son muy inteligentes -me dice.
-Sí, sí que lo son -concuerdo.
-Pero las palomas están muy mal vistas -continua.
Las ratas del aire, pienso. -Es que son muy sucias, cagan por todos los sitios y manchan edificios, calles y abrigos -le digo tirando de tópicos.
-Podían construir edificios que se manchen menos – me dice él.
-Ehhh…
-De cristal por ejemplo. -continua. -¿Has visto ese que está en la plaza esa que hay donde la Alhóndiga?
-Ehhh… Siiii?
-No interesa pero si quisieran podían construir más de cristal y acero que no se estropearían por las palomas -argumenta el tipo.
Yo estoy pensando en el coste del acero y en que la limpieza, por motivos estéticos y de higiene, habría que seguir haciéndola aunque los materiales no se pudran y no se caigan a pedazos y que eso de rascarse el bolsillo por culpa de un bicho seguirá sin gustar. También pienso que quien me mandaría a mí abrir la boca y saltarme la regla que me decía mi mamá de no hablar nunca con extraños.
-Hombre, pero habrá que limpiar igual y seguirá costándonos dinero y seguiremos renegando de las palomas -le digo yo.
-Ya no cagan tanto como antes, ¿no te habías fijado? -me pregunta.
-Hombre, pues no sé… -intento racionalizar sus observaciones pero el tío va muy deprisa para mi.
-Hace tiempo había cagadas por todos los sitios pero ahora apenas se ven, solo en lugares concretos – me dice.
Y ante eso ¿qué haces? ¿Eh? ¿Como te enfrentas a semejante afirmación?
A ver… Pues será que ahora están en ciertos puntos porque… ¿Por qué? Vamos, piensa rápido, ¿por qué? ¡Claro! Por los pinchos… -Será que como ahora ponen muchos pinchos de esos para que no se posen pues se van a otros sitios sin pinchos -le respondo.
-No te creas -me dice. -Un amigo mío puso y luego me dijo que no servían para nada, que buscaban la forma de seguir posándose, incluso que doblaban los pinchos con el pico. Es que son muy inteligentes -remata.
-Si ¿eh? ¡Pues vaya! – le digo. Esto se está liando pienso.
-Muy inteligentes -repite. -Hasta se entienden y colaboran entre ellos.
-Ya, bueno… Supongo que sí, todas las especies tienen alguna forma de comunicarse entre ellos -le concedo.
-No, y entre diferentes clases también. La de horas que me he pasado yo mirando sus coreografías -me suelta.
-Ehh…
-Sí, en estos mismos bancos he estado horas y horas viendo las coreografías de los pájaros, no solo de las palomas -continua el hombre. -Aunque estaba empastillado pero les hacía un anagrama en la arena y ellos hacían unos movimientos y yo cambiaba algo del dibujo y hacían otros movimientos distintos. Se comunicaban. Son más listos que nosotros.
Me he quedado sobre todo con lo de empastillado. Eso explica cosas. Y yo soy de esas personas que necesitan explicaciones. Luego pienso que yo no soy buena gente por imaginármelo drogado flipando con los bailes de cortejo de las palomas en lugar de medicado y sufriendo algún trance o simplemente siendo participe de alguna revelación mística. Pero esto lo pienso muy rápido porque el tipo ha cogido carrerilla y sigue alabando la sabiduría de los animales.
Y me gustan los animales, que conste, pero soy objetivo y reconozco que el que mejor lo ha hecho, el más eficiente, el más inteligente y cruel de todos el es hombre así que no voy a ceder, no voy a dar la victoria a los bichos.
Inciso:
Cuando digo hombre, hablo de la raza humana en general que incluye al macho, la hembra y cualquier otro género nuevo o por descubrir en el futuro. Lo aclaro porque luego ya sabemos lo que pasa… El otro día leía un texto que contenía varias veces la palabra niñxs. Si alguien sabe como se pronuncia que me lo diga. Yo ya soy mayor y antes de caer en semejantes absurdos literarios prefiero hacer este molesto inciso
Fin del inciso.
Pues eso, que el tío me estaba comparando intelectualmente con las palomas y le digo que nosotros somos más listos, que tenemos lenguaje, cultura y escuelas donde perpetuar nuestros conocimientos. La palabra escuela produce una expresión en su cara similar a la que le provocaría un crucifijo a un vampiro de los de antes. Me dice que no se aprende nada en las escuelas, que lo contrario, que justo ayer estuvo con una mujer y hablaban de eso.
¡Toma ya!
A lo mejor sí que es un iluminado y puede leerme la mente y ver qué en ella parpadea una pantalla gigante con enormes letras mayúsculas fosforito que dice POR DIOS, NO, QUE NO ME CUENTE UN ROLLO DE SEXO GERIATRICO porque rápidamente aclara que es una amiga, que a pesar de tener más de ochenta años y no haber ido a la escuela es muy lista y se acuerda de todo. Te puede decir lo que quieras de fulano y de mengano, conoce cada local de la calle San Francisco, historia, dueños, vecinos etc. ¡Y sin ir a ninguna escuela! Me dice orgulloso de su argumentación.
Me vuelvo a dar cuenta de que presto demasiada atención al nombre de la calle, que es emblema de la zona marginal de Bilbao, y hago juicios de valor seguramente erróneos y sesgados pero el tipo no calla. Si, justo ayer él estaba con esa mujer y otros dos amigos y los tres hombres se admiraban de la inteligencia de la mujer que sin recibir ninguna formación y con más de ocho décadas al hombro podía hacer una crónica muy precisa de medio siglo de la calle San Francisco y cercanías así que quedaba demostrado que las escuelas no servían para nada y que incluso eran perjudiciales.
-Hombre tanto como perjudiciales… -le digo. -Es por ellas (y por la inteligencia de las personas y no de los animales) que estamos donde estamos, en este estadio evolutivo, industrial, tecnológico…
-Nooooo, no, no, que va. Estás muy equivocado – me dice y parece contrariado, como si yo fuese un adolescente al que hay que explicar lo que pasa si metes los dedos en un enchufe. -La tecnología no tiene nada que ver con nosotros -remata el tipo.
-Per…don…?
-Nosotros no inventamos nada, la tecnología viene de las estrellas… ¡Toma zasca en toda la boca!
-De las estrellas… -digo. Estoy perplejo, necesito tiempo. O sea, ¿como que de las estrellas? -¿A qué te refieres? Todo lo que hemos investigado, inventado, patentado, ¿todo eso que? – pregunto.
-No, nosotros nunca hemos inventado nada, todo nos ha venido dado de las estrellas. Los animales y las plantas, ellos si que son inteligentes, nosotros no – me repite.
-Las plantas… -susurro. No le sigo, no sé cómo hilvanar la lógica en esta cháchara. Ahora, en la comodidad de mi casa, veo que simplemente podía haberle seguido el rollo, haberme sentado con él y preguntarle qué le había pasado en la vida para acabar con esa desconcertante visión del mundo, pero en aquel momento solo estaba funcionando mi parte racional que me decía: ¡pírate ya!
-Sí, estos árboles por ejemplo – y extiende ambos brazos para abarcar los arboles del parque. -Ellos si que saben, con las raíces que no vemos y con las ramas absorben todos los conocimientos de su alrededor -afirma aunque parece que predica.
¡Acabáramos! Pienso, entramos en el terreno de la energías ya verás aunque me intriga saber en que basa este hombre semejante majadería. – Pero ¿como van a absorber alguna información o conocimiento si no tienen ningún órgano sensorial? -le digo. -Eso es imposible.
-Claro que tienen, ¿qué crees que son las hojas? ¿Qué me dices de la fotosíntesis? -me increpa.
¡Y al fin llegaron! Las churras y las merinas, todas revueltas. ¡Madre mía!, ¿cómo continuar un diálogo con semejante empanada mental? Lo de explicarle el funcionamiento de la fotosíntesis ni lo valoro como opción. Mejor me callo y no echo más leña al fuego.
-A mí estos árboles me han curado más de una vez. Me he sentado bajo uno de ellos y le he hablado y me ha curado – él a su rollo.
¡Ole tú! Pienso en voz baja, he aquí la solución a los problemas de Osakidetza, a las colas, a las listas de espera, a la saturación de la atención primaria. Hay que fomentar el diálogo entre árboles y pacientes.
-Piensa en las medicinas que hay en todas las plantas. -El tío sigue a lo suyo – ¿acaso no curan las plantas?
-Si – le rebato, pero somos nosotros los que conocemos esos medicamentos, esa química, los que los hemos catalogado, los que relacionamos cada fármaco con síntomas concretos. Las plantas no son conscientes de nada de eso.
Me mira cómo si yo fuese idiota y quizá piense que yo le miro como si estuviese chiflado.
Yo creo que se compadece de mi, de mi profunda ignorancia. ¡Ni de coña doblegaras mi fe en lo tangible con esa mirada condescendiente tío! pienso.
Niega con la cabeza y repite que la sabiduría está en los arboles y las plantas y en los animales y no en los hombres.
A estas alturas el tipo me acompañaba en mi poco sutil plan de escape. Habíamos avanzado unos trescientos metros, yo tratando de huir mientras el defendía su visión del mundo con nuevas pruebas y me hablaba de las pirámides y otros monumentos, de la imposibilidad de que fuesen obra nuestra, de nuestras limitaciones para mover o manipular piedras de tal peso enorme o tal tamaño formidable, de los grabados se astronautas en antiguas paredes de piedra, etc…
Yo ya me había desconectado. Le dije que sí, que a lo mejor tenía razón y me aleje despidiéndome con el brazo. Conozco esas historias: las Pistas de Nazca, las Pirámides Mayas, los Ovnis. También me leí el Oro de los Dioses de pequeño. Nuestros jóvenes tienen al Iker ese pero nosotros tuvimos al Jiménez del Oso que además era doctor y antes tuvieron a otros iluminados. Es lo que hay, todo el mundo tiene que comer y pagar facturas. Lo que defiendas para hacerlo no es importante.
Nos separamos unos metros. El tipo aún seguía diciendo algo, elevando un poco la voz, pero yo ya no le estaba oyendo.
Posdata: Al recordar ese día pienso que perdí la oportunidad de escuchar una historia, seguramente una buena historia. Cuando me alejaba iba pensando que mi fila siempre avanza más lenta, que cuando conduzco siempre tengo un inútil delante y que si entablo una conversación con un desconocido parece que solo me puede tocar un chiflado.
Quizá yo no tenía un buen día y seguro que no hice ni una buena foto. Sirva este relato como disculpa.