La sirenita ha sentido hoy un leve cosquilleo en el estómago, puede ser amor… o puede ser hambre…
LA SIRENITA
El pescador siempre madruga aunque hoy se ha levantado más temprano de lo habitual. Sabe que le espera una jornada difícil. Más tediosa y larga porque su cuñado y compañero de faena y barca, con el que a diario busca el sustento para su familia, está enfermo y guarda reposo en su choza. Eso le deja únicamente a él frente a la ardua labor de preparar redes y aparejos. También tardará más en llegar a su zona habitual de pesca puesto que dispone de la mitad de brazos para impulsar la embarcación. Luego queda el regreso, la limpieza, recogerlo todo, llevar la captura al poblado. Si, indudablemente va a ser un día duro.
Parte con el último resplandor de las estrellas y para cuando amanece, la costa tan sólo es una fina linea en el horizonte. La oscuridad lo ha desviado hacia unos arrecifes que los más ancianos consideran malditos. Alcanzar el lugar de pesca habitual, últimamente bastante pobre además, le llevaría otra hora y cuando llegase debería conformarse con el peor sitio puesto que sus vecinos ya habrían ocupado los más prolíficos. Así pues decide quedarse donde está, desoyendo las antiguas supersticiones, y probar suerte en esa parte del mar aún virgen. Lanza los bártulos de pesca y luego toma un cuenco de leche de cabra y un poco de fruta fresca mientras espera.
Tras un par de horas comprueba las redes y aparejos y al levantar una de las cestas que emplea para capturar cangrejos ó langostas se sorprende del peso de la misma. Cuando ya la ha izado a la barca no puede salir de su asombro al contemplar en ella una pequeña figura mitad humana mitad pez. No es que sea ajeno, por supuesto, al mito de las sirenas, pero jamas le ha dado credibilidad alguna a la leyenda más allá de pensar que son las fantasiosas historias de solitarios pescadores macerados en alcohol.
El asco y el miedo son superiores a la curiosidad y su primer impulso es arrojar el cestillo de nuevo al mar, deshacerse de ‘eso‘ inmediatamente. Los nervios le traicionan al lanzarla y el pequeño ser con su jaula caen en el otro extremo de la barca.
–¡Eh, con cuidado so bárbaro!– Dice una voz aguda y desagradable que consigue erizar todos los pelos del atónito pescador. ¡Pero si habla! Piensa. Aquello le parece demasiado.
La sirena mide poco más de medio metro. Su parte superior es la versión reducida de una bella joven de rubios cabellos, redondos pechos perfectos y brillantes ojos claros. La parte inferior es igual a la de cualquier pescado, plateada, escamosa, resbaladiza al tacto y a la vista por las secreciones habituales de los peces. Definitivamente repulsiva.
El pescador blande instintivamente su cuchillo de hierro y madera, que hasta ese momento llevaba sujeto a la cintura, y la sirena, que ve los destellos de miedo irracional en los oscuros ojos del hombre, comienza inmediatamente a sollozar y a suplicar por su vida. El pescador duda. Para inclinar la balanza a su favor ella le habla de un cofre con oro y perlas. Si le perdona la vida el tesoro será suyo. Ella lo recuperará para él.
El pescador recoge las redes con un nuevo brillo en los ojos provocado por agradables visiones en las que él es ahora un personaje acaudalado en la aldea, reconocido, y respetado, ayuda a sus vecinos y amigos y ellos se lo agradecen efusivamente. Sintiendo ese cálido cosquilleo se deja guiar, rodeando el arrecife, hacia donde la costa ya no es visible.
Detente, es aquí -ordena con su aguda vocecilla rasposa la criatura- Espérame y serás rico. La sirena se sumerge y promete volver con la recompensa. El pescador no esta seguro de que vuelva. En realidad piensa que lo ha engañado y que no volverá a verla, pero también piensa en el oro y las perlas y espera… y espera.
Ahora el sol esta alto. Poco a poco, sin darse cuenta, el sueño doblega la consciencia del pescador que para cuando despierta sobresaltado, solo dispone de un instante para fijarse en la multitud de pequeños cuerpos barbudos y rubios que reptan hacia él con extraños y afiladísimos y brillantes tridentes entre sus diminutas y blancas y sonrientes dentaduras.