Más madera… un relato corto para los amantes del bricolaje. ¡ Do it Yourself !
MÁS MADERA
A pesar de que en su familia, aún hoy, es una creencia que se asume como verdad con fe religiosa, para R, carpintero y ebanista de profesión, la rocambolesca historia de Pinocho siempre le ha parecido un simple cuento infantil, y tampoco de los buenos, todo hay que decirlo.
Es cierto que su padre, sus tíos, sus abuelos y al menos uno de sus bisabuelos (del otro no se sabe nada) pertenecen a una legendaria estirpe de reconocidos artesanos de la madera. También lo es (lo ha constatado) que un tatarabuelo suyo era de origen italiano y se llamaba Gepetto pero eso es todo. Simples coincidencias anecdóticas. Quizá la ignorancia y la superstición pudo dar alas a la imaginación de sus antepasados, pero ahora, en pleno siglo veintiuno, le parece que seguir admitiendo como cierta la existencia de un niño de madera es una soberana estupidez, aunque nunca exponga abiertamente su opinión para no disgustar a sus padres, y sobre todo a su delicada madre.
Sabe que otros hombres en la familia, más crédulos que él, han tratado de recrear la supuesta hazaña de su tatarabuelo, sin éxito obviamente. Su madre dice que es porque ya tenían hijos cuando lo intentaron y por tanto no lo deseaban con la misma fuerza que su bisabuelo (el de ella). Únicamente lo hacían para verificar la leyenda familiar pero sin la convicción necesaria para obrar el milagro.
De todos modos R siempre ha visto, incluso de crío, algo oscuro en esa historia. Jamás lo ha comentado, evidentemente, pero… un varón adulto tan empeñado en cuidar, en tener un niño… es raro. ¿Y al niño le crece la nariz cuándo miente? ¿es eso una metáfora?. Decididamente, para R, hay algo turbio en el relato.
Así las cosas finalmente le es imposible seguir dicendo que no a su insistente madre que, para animarle y sacarle de la depresión que le ha provocado la huida de su novia por casi seis años con su mejor amigo (el abogado), lleva semanas insistiéndole en que debería hacerse una buena mujer de madera.
R admitiría que abordó el proyecto sin entusiasmo, más para tratar de disipar las angustias de su querida mamá y a la vez para estar ocupado, que por otra razón, pero a medida que avanza en su obra se siente más y más motivado cada día.
Empezó con un magnífico tronco de roble que adquirió en su serrería de confianza y que fue tallando con creciente esmero. Primero en las tardes libres y después también en las noches y los fines de semana, hasta rescatar de su interior un estupendo y curvilíneo cuerpo de mujer. La cabeza, pelo y rostro sobre todo, le resultaron especialmente difíciles, y le llevaron tanto tiempo como el resto de la anatomía. Puso especial atención en los detalles que él consideraba importantes. Orejas pequeñas y ojos grandes. Boca sensual, pechos rotundos y redondos de generosos pezones. Cintura estrecha y amplias caderas daban paso a unas piernas largas, finos tobillos y coquetos pies.
Sabe que no, ¡que tontería!, pero… ¡si la figura cobrara vida!, ¿y por que no? a veces fantasea con ello. Si ello sucediese cree que no le costaría nada enamorarse de su obra. No obstante ¿Qué tipo de persona sería la chica? ¿Cómo sabía Gepetto (en teoría) qué su creación iba a convertirse en un niño cariñoso, noble e inteligente y no en un diablillo déspota y lerdo?. Debido a su ignorancia del proceso y para dejar al azar lo menos posible (siempre por si acaso…) se propone dar el máximo realismo a la escultura. Empieza pintando los ojos. Verdes. Usa como modelo los de la Jojovich que desde siempre le han fascinado. La piel de un tono pálido, el pelo de un color caoba oscuro. Para los pezones le cuesta decidir entre café claro o rosado, opta por este ultimo porque le ofrece mejor contraste. Descarta cualquier tipo de tatuaje y efecto de maquillaje en rostro y uñas para aumentar la sensación de naturalidad y de inocencia.
Finalmente también compra ropa interior pero no demasiado atrevida, un pantalón ceñido, una blusa malva y unas sandalias rojas abiertas. Un par de pequeños pendientes de plata y, a juego, una fina cadenita con un pequeño colgante en forma de trébol con cuatro hojas ciñe el fino cuello de madera pulida. Esta realmente satisfecho, la figura se ve humildemente sexy y recatada a la vez. ¡Preciosa! Esa noche, por querer dejar definitivamente completada su obra, impaciente hace los últimos retoques y la traslada desde el taller hasta su casa protegido de la curiosidad vecinal por la intimidad en la que se envuelve la madrugada. Así pues se acuesta tardísimo, exausto pero plenamente satisfecho. La joven le acompaña inmóvil desde una esquina del dormitorio. Por primera vez en muchos meses duerme larga y profundamente.
Se despierta avanzada la mañana y se sobresalta al percibir la ausencia de la talla de madera. Le invade la excitación y el pánico a partes iguales. ¿Será posible qué, después de todo, su familia estuviese en lo cierto y, a pesar de tanto negarlo, pertenezca a una privilegiada estirpe capaz de extraer vida de un pedazo inerte de madera? ¿Acaso sea él, incredulo hasta la médula, precisamente quien haya conseguido lo que otros intentaron sin éxito? Y lo mejor… ¿Es posible qué esa deliciosa criatura que él mismo ha creado según su estandard de la perfección le pertenezca y le ame? De un salto abandona la habitación con el corazón al borde de la arritmia, atraviesa el pasillo y entra en la cocina. No está. Se golpea un pié contra la puerta y aúlla de dolor. Corre hacia el baño. ¡Nada! Gritaría su nombre si le hubiese puesto uno. No la ve en la escalera, ni en el patio que se divisa desde el rellano. También el salón está vacío. Y la pequeña habitación de invitados. Y tampoco está en el despacho-oficina-cuarto de juegos. Definitivamente ha desaparecido.
Allí comprueba que también se ha esfumado su portátil, la tablet y el teléfono móvil (un iPhone nuevecito), cuatro relojes que cronometraban el tiempo desde un cajón (entre ellos un Tag Heuger de cierta calidad), varios anillos, alguna cadena de oro y todo el dinero en metálico que guardaba para imprevistos.