El ruiseñor y la golondrina. En la serie Fábulas en el espejo encontrarás otras fábulas vistas a través de un travieso espejo.
Cierto día el ruiseñor vio construyendo su nido de barro a la golondrina bajo el alero de una vivienda y quiso advertirla de su mala experiencia con los humanos.
Se acercó a ella y le relató su penoso cautiverio encerrado en una jaula de la que milagrosamente logró escapar aprovechando un despiste de su carcelero y como, desde entonces, prefiere mantenerse lo más lejos posible de tan detestables criaturas, aconsejándole a la afanosa golondrina que debería hacer lo mismo.
Esta, cortesmente, le agradeció al ruiseñor su preocupación y consejo pero como no disponía del don del canto como él, le dijo, no veía ningún mortivo para preocuparse.
El buen ruiseñor se despidió de la golondrina deseándola lo mejor en la vida y esta continuó su labor arquitectónica.
Unos días después la golondrina se marchita en una preciosa jaula. Como no sabe cantar lanza agónicos gritos de auxilio que parecen perderse en el infinito y nadie oye, y se pregunta por qué, si su única cualidad destacable es el vuelo, se encuentra encerrada entre esos barrotes.
Es incapaz de comprender lo que los humanos definen como efecto estético, más conocido también como eso queda muy bien ahí.