Tiempo al Tiempo. Un minuto, dos minutos, tres minutos…
Supliqué pero de poco sirvió, quizás mis ruegos desconsolados me permitieron si acaso medio minuto más.
El funcionario, vestido pulcramente de blanco, sentado en una silla blanca frente a un blanco escritorio en una inmensa sala de difusa luz blanca, se mostró inflexible.
Sin emoción me hizo saber que mi petición era del todo inaceptable. El resto de almas de colores, que se lamentaban en la misma estancia que yo, reclamaban lo mismo y con similar intensidad.
Seguro que comprende, señor, que lo que pide no es posible. Con suerte, y no siempre, nos podemos permitir repartir algunos segundos.
Solo eso le puedo ofrecer. -Me dijo. Le mire con odio y asentí.
Primero sentí de nuevo el dolor, luego la fuerza de gravedad, el cansancio. Abrí los ojos con un axfisiante sentimiento de indignación y rabia y los cerre cuando este se disipó y se tornó agradecimiento.
La vieja mueca de mi rostro se habia transformado en sonrisa y todos los allí presentes, en la aséptica sala hospitalaria, olvidaron sus lágrimas y me acompañaron.
Cuando de nuevo me ví frente al mismo funcionario se lo agradecí, quise besarle incluso. Esos preciosos segundos… los últimos segundos…
Pero… ¿por qué no era posible prolongarlos? Quise saber. El tiempo es finito me dijo. Todos pedís lo mismo, un año mas… un mes mas… un días mas… ¡Ilusos! No es posible satisfacer tanta demanda. Sois muchos para repartir los preciosos segundos que algunos desprecian. Para prolongar tu tiempo es necesario que otra alma ceda el suyo de forma voluntaria y lamentablemente, la tasa de suicidios es muy baja.
Epílogo.
Siguiendo las indicaciones del funcionario continué mi camino pensando en ello. Con el sobre que había recibido de él antes de despedirnos, y que contenía mi destino, aún en la mano. Cielo o Infierno… creo que en ese momento me daba lo mismo.