Un día cualquiera, a veces, no es un día cualquiera.
Me dijo: es mejor que te vayas. yo te llamo cuando haya terminado.
Salí de allí sin mirar al frente, evitando otros ojos.
Se acababa de dormir…
¡¡Qué dejes las putas chanclas joder!! recordé…
Hace bastante tiempo lo decía muy a menudo, luego cada vez menos.
Ya no volveré a decirlo.
Ya solo veré a Jaime, el dependiente de las tienda de chanclas, una vez cada dos años. Supongo que me va a echar de menos.
¡Pero bueno! ¿qué te he dicho de las chanclas? le gritaba…
Y lo entendía todo al revés.
O quizá era que lo entendía demasiado bien. No sé…
Agujereadas, mutiladas, retorcidas en posturas imposibles…
Chancla desprevenida, chancla muerta.
Dejé mis piernas en modo automático mientras fuí repasando mentalmente cada horrendo final chanclero que pude recordar, al cual más creativo, y que invariablemente terminaba en una sonrisa mia ante su genio imaginativo.
¡¡¡¡Te voy a matar!!!! le amenazaba con aspavientos.
Entonces se camuflaba con un arrepentimiento que parecía sincero, aunque creo que disfrutaba tanto como yo y lo disimulaba igual de bien.
Seguí caminando, cerrando el circulo: medio pi, un pi, dos pi… Casi había vuelto cuando sonó el teléfono móvil.
Gracias, enseguida estoy. Respondí sin ganas y colgué.
Podía haber sido Toby o Rufo o cualquier otro nombre idiota pero fue Chanclas por aquella fijacion incorregible que tenía.
Entré de nuevo en la clínica, pagué la factura. Recogí la tristeza, el collar de acero y la cartilla de vacunas y me marché.
Fué un día con Chanclas, el último día con Chanclas.
El título es de mi hija Irene, el resto semificción o semirealidad dependiendo de si se lee del derecho o del revés…