Al acólito de Trump se le veía en paz. Había recitado todos sus mantras y se había recostado en el sofa con su postura torcida.
El ecologista concienciado, socio de honor del partido verde, rojo de indignación, quería estrangularle, imaginaba los nudillos blancos en sus manos apretando el cuello del recalcitrante defensor industrial. Pero en lugar de hacer realidad su delirio de salvaplanetas psicópata se dió cínicamente por vencido y aflojó los musculos. Suspiró, o quizá bufó, no supo distinguirlo. Miro al capitalista con repulsión y tristeza y finalmente le espetó:
– ¡Como puedes ser tan necio! !tan estúpido! ¡tan ciego ante el desastre que tienes delante! ¡Escúchame por favor, aun es posible, revertir el daño, hacer que todo sea como antes…! ¿Es qué no ves que avanzamos hacia el fin de la raza humana…?
El capitalista pensó en ello, lo imaginó como tantas y tantas veces antes había hecho durante años y vió huracanes e incendios, vió batallas entre el óxido y el tiempo, vió selvas colonizando ruinas, un planeta esmeralda y cobalto entre velos se seda brillante. Vió de nuevo increibles bestias colosales, una explosión de nuevas especies, vió violencia y caos, vida sin restricciones, sin reglas, naturaleza extrema y salvaje en su máximo explendor…
-Si, lo veo.- Le respondió finalmente.